Hace calor. Son las cinco de la tarde del penúltimo día del mes de marzo. Entro en el Real Jardín Botánico de Madrid y me dirijo hacia la derecha en busca de las camelias para fotografiarlas a contraluz.
Allí, justamente al lado de ellas existe un árbol del amor, un Cercis siliquastrum, que está desarrollando sus flores y poniéndose hermosamente bello como todos los años.
De repente un trino de gorrión me llama poderosamente la atención por los diferentes tonos que emiten un montón de esos pajarillos que merodean por sus ramas y troncos.
Me paro a mirarlos; nunca los había visto en tal cantidad en un árbol.
Observándolos me doy cuenta que adultos y jóvenes, plantandose en ramas y troncos, picotean.
Pienso que quizás las semillas que puedan soltarlas flores se introducen en la corteza del árbol y ellos van a comérselas.
Es un constante ir y venir de gorriones. Mayores y jóvenes, que están abandonando la niñez, llegan revoloteando.
Incluso me miran despreocupados, con un cierto interés hacia ese enorme ojo que me sale de la cara. Pero solo es eso, curiosidad. A ellos lo que realmente les interesa es su sustento, la comida que el árbol les proporciona.
Sigo fotografiándoles y observándoles durante un rato hasta que decido que ya he estado suficiente tiempo debajo del árbol del amor y hay que ver otras plantas.
Me marcho de allí rumiando que tendrán las semillas que puedan desprender las flores y que tanto apetece a los gorriones.
Llego a casa y me pongo a revisarlas fotos.
Y de repente una, ¡que suerte!, que no está muy bien enfocada, la ultima de esta entrada, me revela el porqué de tanto gorrión en el árbol del amor: es algún tipo de insecto del que se alimentan los gorriones.
Fijaros en el pico del gorrión de la última foto, tiene a su presa dispuesta a comérsela.
Nada más por hoy, solo desearos felicidad.
Antonio
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