sábado, 11 de julio de 2015

Apoyandome en un soneto, Soledad.

Buenas tardes, Soledad.
Quería contactar una tarde de estas contigo, ya sabes siempre desde el anonimato de mis sentimientos, pues seguimos sin saber nada el uno del otro en cuanto a sentimientos, y mientras paseaba y tomaba las fotos que vas a ver, rumiando como decirte lo que tantas veces he querido y tantas veces he tenido que callar.


No, no me taches de un neorromántico empedernido, ni muchísimo menos. Ya sabes Soledad que con las cosas del corazón el hombre lo único que puede hacer es apagar los fuegos a base de voluntad, pero siempre, siempre queda un rescoldo que al acostarte y al despertar aparece de forma rotunda y concluyente.
Si, luego está la vida ordinaria, como la de los demás mortales, como la tuya y la mía, en la que el trajín de cada día apaga esa necesidad de contacto, de encontrarse, pero que con el paso de las horas, y en nuestro caso de los días, resurge como una maza que, golpeando fuerte, con un rítmico sonido, dice: Contra el corazón nada puedes, contra el corazón nada puedes, contra el…
Y te preguntaras ¿A qué viene este escrito con las fotos que coloco? A que cuando voy por esos mundos de Dios con mis cámaras intento buscar para ti, la belleza en todo
El otro día, mientras editaba una de las entradas de Flores con poesía, me pareció que el poema, ese maravilloso soneto, estaba escrito para cada uno de nosotros.
Y aunque ya este copiado en el lugar que le corresponde no viene de más comentar sus estrofas, pues comentaras significa de alguna manera poder decir: te quiero, Soledad.


En la primera estrofa del soneto se escriben por Manuel del Palacio estos dos versos que a mí me parecen maravillosos:

Ya de mi amor la confesión sincera
oyeron sus calladas celosías…

El poeta solo le ha hablado del amor a las celosías de tu ventana, porque lo que escribe un poeta, Soledad, sirve para todos y cada uno de los mortales que luego toma como suyo.
Y el susurro de un amor escondido queda impreso en esa celosía por la que tú miras, para que ella, siempre, te diga que en mi silencio esconde una promesa.
Y continúa el poeta para terminar la primera estrofa con estos versos:
y fue testigo de las ansias mías
la luna, de los tristes compañera.

Estos versos, demuestran la amargura del que siente y no puede trasmitir ese sentimiento; la soledad de la noche, la luz tras la celosía, quizás un reflejo de una silueta que por delante pasa, pero en el fondo el silencio y la luna como eterna acompañante que con esa cara tristona me acompaña.
Pero en todo este primer cuarteto, Soledad, a pesar de esa angustia hay una luz de amor y de esperanza, como si en un momento determinado la luna se escondiese entre las nubes y la ventana abriese su celosía para tenerte.
La segunda estrofa desde mi punto de vista es más una composición romántica buscando los ajustes del soneto describiendo un sentimiento que a mí me pasa cuando camino por esos montes, cuando fotografío estas flores o esos bichines, y pienso en ti, Soledad.


Dicen así los cuatro versos siguientes:

Tu nombre dice el ave placentera
A quien visito yo todos los días,
y alegran mis soñadas alegrías
el valle, el monte, la comarca entera.

Transmite con estos el amor hacia ti encarnado en todo cuanto le rodea. Quizás yo lo hubiera interpretado de otra manera y hubiera escrito:

Soledad, grita el ave placentera,
a quien me gustaría ver todos los días,
y encienden mis ilusiones y alegrías
verte en valles, monte y comarca entera…



Pero Soledad, yo no soy el poeta al que quiero agarrarme para transmitirte mis sentimientos en silencio. Las flores, los paisajes y los bichos lo saben, Soledad, pues para mí la luna esta siempre acompañándome y la celosía no me deja ver tus ojos, pero la belleza de lo que me rodea me acerca a ti, en silencio, como ese silencio que corre entre los árboles del bosque y que solo murmura: Soledad, Soledad, Sole…


El terceto primero de este soneto es mi terceto. Me veo reflejado en él. Mira lo que dice, Soledad:

Solo tu mi secreto no conoces,
por más que el alma con latido ardiente,
sin yo quererlo, te lo diga a voces;

¿Puede un poeta escribir algo por mí? Está claro que si, Soledad. ¿Y por ti? A veces sueño en el anochecer que tú sientes lo mismo y que los mismos versos te aplicas. ¡Ay! Soledad, como me gustaría gritar con la voz lo que gritan mi corazón y mi alma. Como me gustaría poder traspasar la barrera del silencio y romper en un grito terrible de armonía y belleza; como me gustaría, Soledad, ser trueno en ciertos momentos, cuando me miras y tengo que enviar la vista a otro lado, para que mis ojos no hablen, Soledad.
Y se, que el silencio de la eternidad será quizás el sacrificio mío. ¡Ojala sea capaz de guardar dicho silencio! Por nada del mundo quisiera hacerte daño; ¡jamás!



Y mira, querida Soledad, como termina el soneto:

y acaso has de ignorarlo eternamente,
como las onda de la mar veloces
la ofrenda ignoran que les da la fuente.

¡Ay! Soledad, si una sola gota de agua de tu fuente me dieras, creo que levantaría una tempestad impetuosa en el océano trágico de mi alma.
Siempre Soledad, tendré presente al verte y tenerte cerca este soneto titulado: Amor oculto.



Amor oculto, que castigo eterno va cumpliéndose cada día, y al final cuando la luna ya no me acompañe nunca más, desde allí dentro, seguro que seguiré diciendo en silencio: te quiero, Soledad.
Un beso, que lanzo a través de la celosía, ¡ojala! te llegue al corazón si en algún momento, Soledad, lees esta pensando que para otra es. ¿Te gustaría que fuese para ti? No te lo preguntes, para ti es.
Un beso, Soledad. 
Antonio

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