martes, 15 de septiembre de 2015

Filosofía de albañil: Rosas en silencio, Soledad.

Querida Soledad:
hace tiempo que no te dedico unos minutos, aunque sí de pensamiento, pero las circunstancias que se han dado este verano a mi alrededor me han hecho dudar, padecer, pensar e incluso llorar. Lloro de lágrimas secas, de lágrimas que no salen, de tristeza interior, lagrimas del alma, de un alma atribulada por los acontecimientos.



Unos acontecimientos, Soledad, (me gustaría tener ahora tu nombre), que parten de malos entendimientos, egoísmos, miserables puntos de vista, que surgen todos ellos de una ficticia unión familiar. ¡Ay! Soledad. Que difíciles somos los humanos con lo sencillo que es el mundo que nos rodea.
 Pero todo este trajín, todo este embrollo que se ha liado, es la consecuencia de la mala costumbre de querer que los criterios de uno estén por encima de los demás, como si la charla, el razonamiento conjunto no existieran, para dar paso en un instante desde la risa al enfado.


¡Como te echo en falta, Soledad! Esos cruces de miradas que se han perdido, esos ratos de sola presencia, agradables, se han disipado en la lejanía de unas palabras, mal pronunciadas por todos.
Y a veces, Soledad, se toman decisiones equivocadas, se pronuncian palabras que no se debían haber pronunciado, porque otras circunstancias con brutal y desconocida fuerza para los demás, convergen en una discusión, provocando el equívoco, la mala actuación. Y, Soledad, no sabes, no te puedes imaginar la pena que llevo dentro desde entonces.


Pero aquella discusión, aquella tonta discusión, llevaba implícitas en sí misma un montón de opciones, motivos y acciones, que de no haber pronunciado esas palabras y haberme puesto de un lado, hubiese hecho daño a mucha más gente. Esos los inconvenientes de las guerras. Para proteger a unos, dañas a otros y los denominas daños colaterales.


¡Qué complicado lo hacemos todo, Soledad! Con lo fácil que es mirarte a los ojos y disfrutar. ¡Qué complicado!
Y si encima, querida Soledad, esos tontos enfados no se hablan, no se comentan, las consecuencias a la larga son terribles. Por una tonta discusión se puede perder una mirada, una caricia, un beso que ya nunca más volverán a suceder.


Y si a consecuencia de una toma de decisión, haces llorar a una persona, la haces sufrir, aunque sea tan culpable como tú, Soledad, entonces esa angustia no se apaga nunca, nunca.
No he escrito este verano, prácticamente nada mío, y he querido Soledad, compartir contigo mis pesares; y al mismo tiempo que veas, que sientas que sigo soñando en ti, aunque sea contándote algo que quizás ya conozcas, pero que me corroe. Y no ya solo por lo que yo hice o deje de hacer o decir, sino porque los pronósticos de una ruptura que se veía venir desde hacía mucho tiempo, y que se cumplieron a rajatabla.
 

No se puede estar, Soledad, a un lado unas veces y a otro en el instante siguiente sin que surjan desavenencias. No se puede estar rodeado de malos consejeros, que en el fondo lo que buscan es su satisfacción personal. Víboras que se aprovechan de los demás para crear desconsuelo, aconsejando lo que nunca debieron aconsejar. Y tú lo sabes bien, Soledad, pues, te guste o no, has tenido ese mal consejo a tu alrededor.
¡Soledad! ¡Querida Soledad! Me hubiese gustado tanto hablarte de miradas, de caricias o de deseos…



Pero sé que cuando leas estas letras comprenderás mi angustia y entenderás mis decisiones. Lo que no se, es si perdonaras que no te haya hablado hoy de mirarte a los ojos y emocionarme, de sentir tu cuerpo cerca del mío y explotar de gozo, de encontrarnos espontáneamente o buscándonos intentando encontrar la mutua y secreta compañía.
En fin, no sé si sabrás perdonarme, Soledad, por contarte todo esto.
Las roas que hoy te he colocado, son cada una, Soledad, un beso y una mirada. Ese beso que no pude darte y esamirada que se perdió sin encontrar tus ojos.



Tú sabes que yo te quiero y tu mirada para mí lo es todo.
Un beso
Antonio

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