jueves, 22 de diciembre de 2016

Reflexiones tras dos viajes en metro y un bocadillo de tortilla.-

Reflexiones tras dos viajes en metro y un bocadillo de tortilla.
Ayer, al coger el metro y entrar en el vagón, me encontré de bruces con una guitarra que acompañada por un estridente altavoz intentaba interpretar unos acordes que las manos que la tocaban no eran capaces de compaginar con la música.


Mire a la cara a la que conducían aquellas manos y me di cuenta que aquella persona debía tener la misma edad que yo y estaba allí porque no podía hacer otra cosa. Y sentí pena, pero no una pena de compasión, no, una pena profunda por una sociedad que navega cada vez mas y mas dispersa y con modos egoístas.
Me dejó marcado. Tuve la sensación que un cardo rasgaba mi interior y me clavaba sus pinchos.
Y a la vuelta una flauta intentaba interpretar fragmentos de las Cuatro estaciones de Vivaldi transformándolas en todo, menos en lo que realmente eran, acompañadas por una especie rara de aparato que producía una música algo metálica.  Y mire también a los ojos de aquel hombre, también mayor, y pude comprobar la angustia. Y volví a sentir pena, pero no por el hombre que ya la lleva consigo permanentemente, si no por la indiferencia que había en el vagón. Solo una señora seguía con atención la pobre música que salía de aquellos labios a través de la flauta.
Y lo que me termino hundir moralmente fue que el único euro que llevaba en el bolsillo, me lo había gastado en un mísero bocadillo de tortilla, que ya había empezado, y que envolví de nuevo en el celofán y lo guarde en el bolsillo, para que el delgado flautista no me viera comérmelo.


A mí no me hacía falta haberme comprado aquel bocadillo y a aquel flautista le hacía falta no solo el bocadillo, sino también el euro.
Si, ya se que cada uno de nosotros no podemos ser el estado o una sociedad benéfica, pero deberíamos pensar mas y no escurrir el bulto, hacia dónde camina una sociedad cada vez más injusta con los que no han tenido suerte, con los que les falta lo esencial. Y no queremos mirar porque en el fondo tenemos pánico que nos pase lo mismo que al guitarrista o al flautista; tenemos miedo, creo que esa es la razón fundamental. Por lo menos a mí, y no me asusta decirlo, me da pánico tener que coger un instrumento o un cartel y ponerme a pedir por la calle.


Y aunque se sabe que entre todos ellos hay mucha mafia y mucho pedigüeño ficticio que se aprovecha de la miseria de los demás, lo cierto es que en muchos ojos se ve el sufrimiento y la miseria.
Y pienso, que de aquí en adelante, cuando pase por el puesto de bocadillos a un euro de la estación del metro, me vendrá siempre a la memoria el flautista y el bocadillo guardado en el bolsillo.
Sed felices.

Antonio

1 comentario:

  1. En ocasiones me he preguntado cómo serían las fotos que Antonio Banús haría a la gente, a las personas. Sus paisajes, sus flores, sus insectos, sus castillos e iglesias, sus cielos brillantes o nublados desvelan cómo es capaz de mirar la mirada humana, con la delicadeza de quien no trata de importunar a la vida en su discurrir. Sería la misma mirada con que miraría a la mujer, al hombre a quien mirara a través del objetivo de su cámara. Una mirada que delataría al otro que nos ve.

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