El día que mi madre regreso de Grecia traían los esquejes de esta planta envueltos en un trapo húmedo dentro de la maleta; y según llego a casa los planto en un tiesto.
De entonces habrán pasado quince años y todos los años hay más tiestos con lo que yo llamo el geranio griego de mi madre. Porque ella lo llama geranio y a sus noventa y cuatro años no le voy a llevar la contrario en eso, si además yo no tengo ni la más remota idea de lo que es una planta. Eso sí, me gustan como al que más.
Una tarde del mes de julio, ya tarde, en una zona en sombras vi los geranios griegos de mi madre y me gusto tanto el contraste que había entre morados y verdes, entre luz de fondo y sombra en la flor que decidí ponerme a fotografiar.
Ya sabéis muchos de los que me seguís, que es mi locura. Cada cual tiene la suya y esta, fotografir lo que se me pone a mi alcance, es una de las muchas mías.
Son fotos alrededor de dos o tres macetas y concretando en tres o cuatro hatillos de flores que no por pequeñas tienen menos que merecer que una rosa.
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