Día de otoño. Una luz limpia, después de los días de lluvia y tormentas, enciende los edificios de Madrid y su cielo.
Camino calle tras calle por el centro y de pronto me encuentro en Plaza de España y decido coger hacia el templo de Debod y bajar luego por el Parque del Oeste.
Los enormes pinos y los abetos gigantes contrastaban con sus verdes con el comienzo de un otoño que, sobre todo en los castaños, comienza a dejarse ver.
De repente me encuentro en medio de la rosaleda. El azar y el deseo de ver si quedaban aun rosas me lleva a ese maravilloso rincón de Madrid que muy poca gente visita y que más cuidado ahora que en el mes de junio, es un estallido de color y luz.
Y en él descubro infinidad de rosas que parecen estar suplicando una mirada, una atención.
Su vida breve las hará mañana marchitas y feas pero mientras tanto su belleza aparece fogosa, deslumbrante con unos maravillosos colores y aromas que ya no estamos acostumbrados a percibir.
Y aquí, en la soledad y el silencio de la rosaleda paro mi paseo, saco la pequeña maquina de fotografiar y decido que vale la pena fotografiar durante un rato estas bellísimas flores.
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