Pasear por el campo es un ejercicio de contemplación, de observación del mundo infinito que esta a tu alrededor vivo como tú mismo. Un campo que, si nos vamos sumergiendo poco a poco en él, nos irá descubriendo sus secretos. Desde el más pequeño de sus seres al más grande de sus árboles el campo siempre enseña algo.
Hoy, en mi paseo de una mañana preciosa solo enturbiada por una ligerísima capa de nubes, me he fijado que el otoño a comenzando a arraigar en un pequeño rosal silvestre de los que crecen en muchos lugares de nuestra geografía.
Ramas ya desnudas y los escaramujos ennegrecidos por un tiempo que ya ha pasado; y otros, lozanos y fuertes en sus ramas de hojas aun verdes o amarillas nos ofrece este rosal, rodeado de un sinfín de gramíneas que esperan el peso de las gotas de agua de las siguientes lluvias para postrarse a sus pies.
Hoy solo he buscado contrastes. El otoño al fin y a la postre es eso: un mundo de contrastes entre verdes, ocres, amarillos y terrosos que, junto con el cielo, se entremezclan en uno de las mas maravillosos acontecimientos periódicos que la naturaleza nos puede ofrecer.
Este año, aquí por lo menos, el otoño llega con retraso. Los árboles están cansinos para desprenderse de las hojas y el sol aun acompaña. El rosal también lo está notando, pero las ramas que dan al Norte están más invernales que las otoñales que dan al Sur.
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