El sábado cogí un sendero del lado opuesto a donde suelo ir a pasear. Lado sur de la presa de La Jarosa, en el término municipal de Guadarrama, debajo de Cabeza Lijar y de Cuelgamuros, por lo tanto bajo la parte baja del Sistema Central en el momento que desde el Alto del León tuerce hacia el monte Abantos.
Sendero que hacia muchísimo tiempo que no andaba y que realmente utilizan los pescadores, pues para pasear el itinerario es corto y estrecho, no como al lado de la zona de la capilla.
Tras pasar la puerta que permite el acceso al público, aparece la primera sorpresa. Un pequeño bosque de chopos de pequeña altura, con uno más alto, antes de llegar a la orilla del agua, impregna la vista con sus colores ocres, amarillos y verdes.
De repente ante mí, una aparición soberbia: el lago artificial reflejando en sus aguas tocadas por una ligera brisa, lo que al otro lado de la orilla le rodea. Y al fondo, como recuerdo de algo que fue y que estaba unos cincuenta metros más abajo, la espadaña sin campanas de la antigua ermita.
Hace un día extraño, las nubes y el cielo se combinan en guardias de extraña duración que crean un paisaje de contrastes claro-oscuros, que crean sensaciones distintas en el ánimo del paseante. Luz entre sombras o luz radiante o oscuridad varían la curva de los elementos tierra, agua y cielo.
Hace un día extraño, las nubes y el cielo se combinan en guardias de extraña duración que crean un paisaje de contrastes claro-oscuros, que crean sensaciones distintas en el ánimo del paseante. Luz entre sombras o luz radiante o oscuridad varían la curva de los elementos tierra, agua y cielo.
Al lado contrario del agua, en el límite de los niveles más altos de la presa, la lucha de los elementos se deja ver. El agua intenta ocupar la tierra y la va descabezando poco a poco, formando pequeños taludes. Estos se protegen de su destrucción con las raíces de árboles como chopos, álamos y pinos que se aferran a un terreno donde la roca granítica aparece por todas partes en pequeños bolos o en grandes piedras.
Hay momentos donde la paz del paisaje contagia el alma del silencioso caminante, que avanzando por el sendero, va descubriendo maravillosos rincones en los que retozar con la mirada y con el espíritu.
La tranquilidad de las aguas en algunas playas y las suaves ondas de una brisa casi dormida ayudan a la meditación y al recuerdo.
Moles graníticas que en un pequeño cabo nos cierran el paso y nos obligan a desplazarnos unos metros hacia el interior. Quizás, de muchacho hubiera subido tranquilamente por los pedruscos, pero ahora que el tiempo ha pasado y las canas surgen en mi cabeza, es más prudente dar el pequeño rodeo, que seguro que tiene su recompensa.
Y la recompensa llega. Un bello árbol, como faro para los espíritus con ansia, aparece en mitad del desvió indicando la ruta a seguir. Majestuoso, me dice que el otoño está avanzando más rápido de lo que creemos y que el frio está pronto a realizar su visita anual, Una ligera brisa se levanta l pasar junto a él y me regala una maravillosa y dulce lluvia.
Allí al fondo la cruz del Valle y entre las nubes tapado el pico de Cabeza Lijar desde, el que suba hasta su mirador, donde se pueden contemplar en días claros las interminables extensiones de las dos castillas.
Álamos y enebros junto a algún roble colorean el paisaje de la foresta junto al agua, mientras que un poco por encima una alfombra de pinos que sube desde prácticamente la orilla tapiza la montaña entera.
He retrocedido en el camino. Es hora de regresar a casa a disfrutar de otro placer: la comida.
Pero antes de tomar el portón de salida de la presa una última mirada a las aguas y a las montañas ahora que el día ha abierto y las luces y contrastes son fantásticos.
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