Paseando por los archivos del ordenador, encontré, enlatadas en un rincón del mundo informático, estas fotos tomadas en el botánico de Madrid en el pasado mes de febrero.
Es un momento donde se encuentran restos del otoño e inviernos pasado con una primavera que se deja avistar en la lejanía con hojas nuevas en algunos árboles, mientras que en otros completamente desnudos se mantiene perenne el invierno que aun no quiere marcharse.
Hojas verdes del roble con hojas marrones del mismo árbol. Pequeños brotes en los rosales que aprovechan los primeros rayos del sol. Pequeñas y tiesas ramas que verticales acogen hojas nuevas o pequeños frutos que resisten el paso del tiempo.
Flores que nacen antes que nadie para que los insectos que se despiertan con los primeros calores del día tengan algo que comer. Y hojas nuevas que ante un ataque de savia presentan colores rojizos de vergüenza por presentarse tan rápidamente ante el banquete de la primavera que nace.
Y todos, hojas, frutos y flores, arriesgan en ello el morir ante una helada tardía, pero es la lucha de cada final de invierno o principio de primavera.
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