Esta mañana después de volver del médico con mi madre de una revisión rutinaria, he salido a dar una vuelta por los prados de Los Molinos, pueblo de la sierra del Guadarrama, y al llegar a un pequeño arroyo en el camino a la Virgen del Espino me he parado a pasear entre las hierbas del prado.
Allí, junto al arroyo, las tierras húmedas son proclives al crecimiento de las hierbas, grandes y pequeñas, que se extienden por el prado junto a pequeños matorrales y zarzales con sus rosas en todo su esplendor.
Pequeñas flores se dan la mano con insectos de todo tipo y entre las hierbas un mundo vivo de alas y colores se ofrece a todo aquel que quiera observarlo. Solo hay que tener un poco de paciencia, tumbarse en el suelo y observar.
He estado un buen rato andando, de rodillas, tumbado con frio, pues aunque parezca mentira a mediados del mes de Junio hacia frio en la sierra y al final, hacia las dos de la tarde el día se ha hecho noche y he tenido que emprender la retirada.
Os dejo con una pequeña selección de las fotos.
El arroyo corre plácido. El agua se desplaza sin prisa.
Campanillas silvestres iluminando el prado.
De cualquier hierba puede salir un bello racimo de flores.
Hace frío. Los insectos están amodorrados y es fácil acercarse a ellos.
Violetas y azules en esta pequeña flor de un centimetro.
Tan pequeño que esta encima de una flor que es como una moneda de veinte céntimos. Desconfiados los saltamontes es difícil acercarse a ellos sin que salten.
Con esta levita tan estirada se va camino de una fiesta.
Las margaritas aprovechan cada palmo de terreno que les permiten las otras plantas para crear alfombras de color.
¿Hace falta algo más para dibujar un cuadro?
Ahí sola entre las hierbas la florecilla saca todo su órgano reproductor dispuesta a que los insectos la polinicen antes de que llegue el calor.
La rosa de la zarza, la madre de todas las rosas actuales desplegando su capullo y abriendo los pétalos. Hay que seguir.
En cada hueco entre hierbas una flor distinta.
Una selva en miniatura con sus palmeras amarillas y su espesura se abre ante los ojos de la cámara y de los insectos.
Voy hacia el coche; me separo del arroyo y ya se nota la sequedad del terreno en las hierbas que crecen en esta zona.
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