viernes, 13 de febrero de 2015

Historias de mi madre: ¿Ha dejado de llover?

Muy buenas:
En el relato de hoy, nos tenemos que situar en 1940 o 1941 que es cuando se desarrolla esta historia que me cuenta mi madre y que os escribo tal y como ella me lo ha narrado. No tiene conciencia de cuál de los dos años fue, pero a sus 95 años creo que eso se puede perdonar
También deciros que las fotos que vais a ver están sacadas de Wikipendia y son de más o menos de la época de la que vamos a hablar, pero muestran cómo eran esos autobuses del relato.
 
EL RELATO DE MI MADRE

 
bus3


Terminada la guerra y habiendo perdido todo lo que teníamos en Barcelona, mi padre decidió quedarse en Gerona donde pasó a ser director de una fábrica de tejidos, en lo que era un gran especialista.
La casa que alquilaron mis padres en Gerona era a la antigua usanza. En ella naciste tú, años más tarde sobre una mesa de cocina, bajo una lámpara de gas, pues entonces había restricciones. Tardaste tres días en salir.
(Me debía encontrar yo muy a gusto ahí dentro, como para salir a un mundo que estaba destrozado. Pero sigamos con el relato.)
La casa estaba sobre unos soportales de lo que entonces se conocía como la Plaza del Grano, plaça del Gra en catalán, y que hoy en día es la avenida de San Francisco.
Allí se celebraban todos los sábados un mercado al aire libre donde se podía encontrar desde granos para simiente, de ahí el nombre de la plaza, productos de la huerta frescos, habas, guisantes y judías blancas ya cocidos, muy típico de la zona.


También estaban aquellos oficios que entonces eran necesarios como zapateros, curtidores, artesanos de distintos oficios etc.
Bajo los soportales había un bar que a la vez hacia de taquilla de autobuses, un restaurante y una sastrería. Enfrente, para la gente con dinero había un hotel, el Hotel Peninsular, y una enorme tienda de colmados donde por aquella época estaba todo muy limitado.
La gente que llegaba los días de mercado de todas las partes de la provincia venían en autobuses. En el bar del Dionisio, que así se llamaba el dueño del bar de debajo de nuestra casa, paraba la línea que hacía el recorrido desde Lloret de Mar a Gerona y viceversa.
Era normal que los autobuses de aquella época llevasen bancos en la parte superior para la gente que no tenía sitio en el interior, pues había que aprovechar todo. En verano era normal que mucha gente disputase el piso superior, pues en el interior volvían la gente después del mercado con sus compras y aquellos artículos no vendidos en el mercado y que no podían ir en la baca del autobús.
Estas bacas servían para transportar de todo: desde bicicletas que luego servían para llegar hasta la masía a pequeños animales como ovejas, que atados de pies eran conducidos a su nuevo hogar.
En los pueblos pequeños no había funerarias y mucho menos se fabricaban ataúdes, con lo que en los autobuses era frecuente ver ataúdes encima del techo con destino a algún pueblo donde había fallecido algún parroquiano, o estaba a punto de fallecer.


Los jóvenes en la época estival solían preferir, como no, ir en el techo del autobús e intentaban terminar pronto sus quehaceres en la capital para llegar pronto al autobús y elegir un buen sitio, aunque para ello tuvieran que esperar luego una o dos horas a que el autobús se pusiera en marcha.
Sucedió un día de mercado que el autobús tenía que transportar dos ataúdes para algún pueblo de la comarca o de la costa, y según llegaron los subieron a la parte superior del autobús.
Un poco más tarde, mi hermana y yo estábamos en el balcón viendo todo el trasiego de la plaza, llego un joven que se sentó en el primero de los dos bancos de la parte alta del autobús.
Era un día de primavera avanzada y hacia un calor excesivo, tanto, que al poco tiempo empezaron a aparecer nubes de tormenta sobre el cielo gerundense. Y al poco rato, una media hora, comenzó a llover, a jarrear, de tal forma que tuvimos que meternos dentro de casa y cerrar el balcón.



  El joven que estaba en el primer banco, viendo el aguacero que le pedía empapar, cuando comenzaron a caer las gotas mas rápidamente, no se le ocurrió otra cosa que meterse dentro de uno de los ataúdes para protegerse de la tormenta.
Esto ya no lo presencie yo, me aclara mi madre, pero me lo contaron a las pocas horas al bajar a la plaza.
Por lo visto el chico se quedo dormido dentro del ataúd.
Dejo de llover y la gente según iba llegando fue ocupando sus asientos tanto dentro como en el techo del autobús.
Cuando el chófer puso el motor en marcha, y el autobús vibró, el chaval sacando una mano del ataúd pregunto ¿Ha dejado de llover? Con el consiguiente susto de los parroquianos que habían subido al techo.
Tal fue el susto, que varias personas, al ver levantarse la tapa del ataúd, salir una mano y oír unas voces salieron corriendo, con las caras desencajadas y alguno saltó desde la parte superior del autobús a la calzada produciéndose heridas de consideración, costillas y alguna tibia rota, de tal forma que tuvo que intervenir la Guardia Civil para esclarecer los hechos.
Al chaval no lo lincharon de puro milagro.
Ni que decir tiene, que muchos de aquellos jamás volvieron a subirse a la parte alta del autobús.



El dueño del bar, responsable de la venta de billetes, me comento que aquella incidencia le había reportado una ganancia extra para un día de mercado, ya que hasta que se levantó el atestado la gente tuvo que salir del autobús a declarar y el ponía bocadillos y bebidas a quien se lo solicitaba.
Hasta aquí el relato de mi madre.
Sigo riéndome nada mas imaginarme la cara de susto y el salto mortal que daban los del anfiteatro del autobús al ver levantarse la tapa de un ataúd y salir una mano que tanteaba el aire mirando si había dejado de llover.
Yo creo que también hubiera saltado o por lo menos corrido hacia la escalerilla.
Mi madre narra este hecho en un momento de difiultades, donde las supersticiones estaban a la orden del día y se acababa de pasar una guerra con todas sus consecuencias.
Otro día os contaré el relato de la bicicleta.
Son historias de recuerdos de mi madre, que quizás no tengan nada especial, pero que al fin de cuentas son recuerdos de una época ya lejana, como nosotros contaremos a nuestros hijos y nietos las nuestras.
Nada más por hoy.
Sed felices.
Antonio

1 comentario:

  1. Muy bueno , Antonio... Ni supersticiones , ni incultura, ni na...es para correeer... ¡ qué linda tu mamá ! ¿Sigue contándote historias ?... Nos debes la de la bici, no lo olvides ...un abrazo.

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