lunes, 23 de febrero de 2015

La gorriona del Real Jardín Botánico de Madrid.-

Ayer tarde, ya casi eran las seis, andaba de salida por uno de los paseo del Real Jardín Botánico de Madrid, cuando un grupo de herrerillos bajo a picar junto a un banco y se dispuso a realizar una de las ultimas comidas del día.


De los tres o cuatro herrerillos que habían bajado solo quedó uno picoteando entre unas hierbas.
Me senté en el banco anterior y, aunque un poco lejos, con el 300 mm comencé a dispar fotos.
De repente, me di cuenta que entre el herrerillo y yo, una dama comenzaba a hacerse la interesante delante de mí. Me miraba descaradamente como si esperase de mi una dadiva.


La verdad es que aun sigo sin entender el comportamiento de la gorriona. Quizás, pienso, alguien tiene la costumbre de sentarse donde me senté yo a fotografiar al herrerillo y le da de comer a los pájaros.
Pero los animales tienen la buena costumbre de reconocer a las personas.



Me hizo tanta gracia que me olvide del herrerillo, del que había tomado unas cuantas fotos, y puse toda la atención en esta amiga nueva de plumas que venía a compartir su soledad con mi soledad.
Danzo, picoteo y camino delante mío, sin asustarse al levantarme, solo manteniendo una cierta distancia, nada aconsejable en el caso de haber sido yo un gato y suficiente para con un abuelete.



Era ya la hora de cerrar. Los silbatos de los jardineros anunciando el cierre del Real Jardín se oían en la distancia. La gorriona, como si conociese el protocolo que llegaba a continuación, se subió a las ramas desnudas del árbol que teníamos al lado y desde allí siguió mirándome.





No se alejaba; seguía en las ramas observándome, como si con su mirada quisiera decirme algo.



Entre foto y foto, rogando para que la pila de la maquina no se acabase, me entretenía en observarla. Era joven, muy joven. Seguramente de la ultima anidada antes del invierno. Y era muy sociable. Demasiado sociable.



Pero era encantadora mi amiga gorriona.
El silbato cada vez estaba más cerca.
La luz de la tarde presagiaba una noche que se avecinaba a pasos agigantados.



Mi amiga, como si supiese que había llegado el momento de la despedida, dio unos saltos de rama en rama y luego con un rápido vuelo paso rozando mi cabeza y se perdió entre la espesura del ciprés del Real Jardín Botánico.



La próxima vez que vaya por la tarde a este maravilloso jardín, esperare a que casi sea la hora del cierre para llegarme hasta el banco y sentarme a ver si aparece la gorriona.
Ya os contaré.
Mientras tanto, ser felices.
Antonio

1 comentario:

  1. Fantástico relato para un solo personaje. Me ha encantado. Te felicito, Antonio.

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