Todo lo que a mí alrededor sucede está en pleno movimiento, desde las personas que se mueven rápidas por la plaza hasta las rachas de viento que, frías, me hacen girar la vista hacia la fuente.
Y veo en la fuente el movimiento del agua. No es una fuente prodigiosa llenas de fantásticas esculturas, no, es una fuente sencilla que desde su vaso deja caer el agua, impulsada por las rachas de viento que transforman sus movimientos en una danza distinta a cada segundo que pasa.
Me embeleso mirando la cortina de agua y sus distintos movimientos. Me absorbe observar durante un buen rato como aquellos chorros que parecían un cortinaje se convierten en formas subjetivas que los ojos de mi cámara interpretan de una forma distinta a la de mis ojos.
Mis ojos la veían en movimiento. Mi cámara ha conseguido trasladar ese movimiento a un tiempo parado, aun tiempo guardado dentro de un disco duro de donde no puede escaparse.
Unas veces la cascada es una simple cortina que cae uniforme, como si el movimiento hubiese cogido todas las gotas de agua y las hubiese unido en un acompasado caer.
Otras, una tormenta se desencadena entre las aguas y se forman rizos y revueltas sin ningún sentido, como si una inmensa batidora agitase las aguas.
E incluso llegan las caídas de la fuente a querer imitar inmensas olas marinas que avanzan amarradas a las piletas. Da la sensación que un surfista puede aparecer en cualquier momento.
Y de vez en cuando suaves transparencias nos regalan imágenes insinuantes, como si alguna sirena de cristal estuviese mirando tras de ellas.
Dejo la fuente, pero en mi memoria guardo el movimiento del agua.
Sed felices.
Antonio
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