viernes, 5 de junio de 2015

Buscando Empusas, me topé con una mantis Ameles.

He subido a la zona de la presa de La Jarosa, en Guadarrama, debajo justo de Cuelgamuros, donde está situada la cruz del Valle de los Caídos, en busca de la Empusa pennata, pero la búsqueda a resultado en ese aspecto negativa.


La verdad es que el campo a estas alturas de la primavera, húmedo aun, esta precioso.
Las plantas crecen por doquier y todas las especies serranas se afanan por asentar sus reales y que otras plantas no las dominen. Gramíneas, santolinas, manzanillas, zarzas y rosales silvestres, los árboles de ribera y de secano esplendidos, todo en fin un maravilloso paisaje para alegrar nuestra vista y la de nuestros amigos de seis patas y algún ala: los insectos.


He recorrido una a una las distintas zonas donde la Empusa pennata tiene la costumbre de presentarse todos los años y me he dado cuenta que sus alimentos, arañas, chinches, saltamontes etc. estaban presentes en las santolinas que he ido mirando una a una. Pero nada de nada. Me pregunto si serán demasiado pequeñas para verse, o si aun estarán en las partes bajas de las plantas dispuestas a devorar todo bicho que se ponga a su alcance.


Las jaras están preciosas aun en estas alturas de 1200 msnm. Sus flores, pequeños soles, albergan gran cantidad de polen que los insectos y arácnidos aprovechan para comer unos y camuflarse otros.


Fijaros en esta pequeña araña Napoleón que muestra ufana la figura del sombrero francés de la época napoleónica, un bicornio, perfectamente reflejado en abdomen. Está en una flor de jara esperando a su presa tranquilamente y la he visto, observándola un buen rato, que a insectos del tamaño de las abejas melíferas no les dice absolutamente nada.


Por debajo del mar de jaras un mundo de distintas plantas dan cobijo a diferentes insectos, como si de un fondo submarino se tratase. Campánulas preciosas comparten su hábitat con flores de alfalfa asilvestrada y pequeños islotes de santolinas que rellenan el paisaje.




Unos caballitos del diablo cierran el circulo reproductivo enlazando sus cuerpos de forma extraña y dando a la copula la forma de un corazón. Y están amarrados a una planta que saca sus tallos asemejando orugas de cualquier lepidóptero.


Y, cómo no, no pueden faltar los saltamontes que, como si fuesen camaleones, tiñen sus cuerpos del color del ambiente que les rodea. Fijaros en el pequeño aquí mostrado. Lo vi porque se movió, sino hubiera pasado totalmente desapercibido.


Todas las plantas están cargadas de flores; en todas ellas insectos de todos los tipos se alimentan y polinizan, pero quizás en esta época destaca a parte de himenópteros y lepidópteros, los coleópteros en muchísimas de sus especies.


Este Hadrodemus noualhieri con su vistosa V amarilla sobre su dorso reposa sobre la flor de una santolina, lugar ideal para ser cazado o bien por una Empusa o por un arácnido.


Otros coleópteros están dentro de de flores más grandes e incluso un Heteróptero, una chinche roja asesina, Rhinocoris iracundos pacientemente espera sobre la flor de una jara.


De repente sobre una mata que parece seca, un chinche está colocando su puesta. Lo hará en pequeños grupos de huevos para tener mayores posibilidades de que la prole salga adelante.
Sigo mi camino sin haber encontrado una Empusa pennata. Voy observando plantas de santolinas y otras acumulaciones de plantas bajas pero sigo sin ver nada. De las empusas ni rastro.


De repente, sobre la flor de una santolina un ente extraño, que más parece un gusano atacado por algo, me llama la atención. Me acerco. No distingo bien desde la altura, pero el instinto me dice que hay algo interesante. Le hago un par de fotos antes de que se mueva.


Es una mantis Ameles, una ninfa de apenas un centímetro y medio de tamaño.
Estoy emocionado.
Se baja al tallo de la hierba y comienza un dialogo de confianza entre ella y yo. Me observa. La observo. Poco a poco voy acercando más la cámara. Poco a poco ella va perdiendo el miedo y comienza su ascenso por el tallo. Estamos unos cinco minutos juntos.


Luego, la dejo tranquila para que suba de nueva a su flor a tomar el sol esperando a algún incauto que se aproxime a sus poderosas patas delanteras.
La mantis no ha aparecido, pero la ameles ha compensado el esfuerzo de la búsqueda. Ha valido la pena dejarse los ojos escudriñando cada centímetro de las bonitas hierbas que tenemos en la sierra.
Sed felices.
Antonio

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