En el silencio de la noche; cuando ese silencio se hace impenetrable,
mi pensamiento discurre en tu busca y mis sentimientos aceleran el pulso, con
solo imaginarte, Soledad.
Es un silencio perenne que sirve para meditar, un silencio que me transporta a tu figura, un silencio para recordarte facilmente mirándome, mirándote.
Como pasan los días, Soledad, raudos, increíblemente severos
en su corta duración, vertiginosos como si de una carrera quisieran tratar a la
vida que nos resta; dos vidas distantes, tu allí, en tu soledad, Soledad, y yo
en la mía anhelándote a ti y solo escuchando el silencio impenetrable de esta noche.
El campo está cerca de la casa,
pero ni siquiera el canto del grillo atraviesa la calle para acompañarme en
estas horas de recogimiento. Silencio, silencio bravío, que lucha con un mundo
en el que el ruido es el dueño y señor; silencio acogedor que me abraza. Silencio
y susurro al pronunciar tu nombre, Soledad. Lo gritaría, chillaría y reiría si
pudiera hacerlo, pero rompería entonces un secreto tan profundo, Soledad, que
solamente tú sabrás interpretar y darle el justo valor
que tiene.
Silencio y grito. Un grito apagado, que sale del interior
del alma, ¡Soledad, Soledad!, pero que no consigue, o eso creo yo, llegar a la
tuya y que tú me respondas con un grito similar. ¡Ay! Soledad, en tu desdicha
te veo rodeada de un mundo en el que deberías ser reina y has sido destronada.
Cuando se debería poner una alfombra para que tu nombre pasease por todos
lugares y la gente y yo pudiésemos aclamar ¡Soledad, Soledad! En cambio, te veo
caminar descalza por un suelo hiriente que se forma en tu propio interior,
Soledad. Un camino que te han trazado y al que tú, ingenuamente quizás, te has
dejado arrastrar, y en el que pisar hiere.
Yo, no puedo ofrecerte un camino con alfombras, Soledad; mi
camino es quizás mucho más peligroso y dañino que el que vives tu hoy en día,
pero ello no quita para que en mi pensamiento estés, Soledad, en el ultimo
silencio de la noche y en el primero sonido del despertar.
Tecleo tu nombre, Soledad, y me asusta el ruido de mis dedos
sobre cada una de tus letras. Intento acariciarlas como si te estuviera
acariciando a ti, Soledad. S O L
E D A D.
Que perfidia tiene tu nombre. Estoy ahora contigo en el
silencio de mi despacho, Soledad, y en cambio no te tengo a mi lado para poder
darte un sencillo beso, otro sencillo beso…
Mañana, cuando leas esta, si eres tú, Soledad, cuando la
leas, descubrirás, sentirás, me añoraras y desearás. Si eres otra, dejaras
pasar estas palabras, sonreirás…
Ahora, cuando mis cabellos cada día son mas blancos, puedo
expresarte mis sentimientos tranquilamente, al fin y al cabo, Soledad, solo tú
y yo sabemos quién eres ¿o no?
Buenas noches,
Soledad.
Muy bonito. Me gusta!
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