Después de las fiestas de Navidad y Reyes, hacía falta estirar un poco las piernas, romper con las comidas y los regalos y ver las calles de Madrid de otra manera, sin prisas, sin apretones.
Acompañado de mi amigo Luis, con el que siempre se esta a gusto, paseamos ayer tarde por la zona comprendida entre el puente de Toledo y el nuevo puente circular, obra de un arquitecto francés, un bucle, y dado lo nuevo de toda la zona de Madrid Río, el paisaje esta aun por realizarse, pero tiempo al tiempo.
Tranquilamente hablando de nuestras fotos, como no, nuestras máquinas, fuimos fotografiando todo aquello que a nuestros ojos parecía que tenía un sentido: luz, color, imagen, tono…
Y todo ello no hace falta que sea un magnífico edificio románico, ni un templo dórico; no, basta con que tenga algo y ese algo sea trasmisible. Uno no puede estar viajando todo el día, por lo menos yo, y en los momentos así hay que fotografiar lo que se pone por delante y lo que tus objetivos te permiten mostrar luego.
En la zona que anduvimos ayer, el río estaba sucio y los arboles, pequeños aun no mostraban gran cosa, pero si impedían tomar buenas fotos de Madrid visto desde el rio, por lo tanto había que fotografiar y enseñaros lo que era posible y estaba al alcance de mis ojos.
Y entre dos rosas encontré hojas; hojas que habían entregado ya sus nutrientes al árbol para pasar el invierno y habían quedado vacías, eso sí mostrando unos maravillosos colores al contraluz y otras en plena sombra.
Y qué decir de los cielos de Madrid en los atardeceres: esos tonos que oscilan de unos gris a tremendos rojos de gran intensidad, aunque ayer no fue el caso.
Y en unas isletas del paseo, luchando contra los fríos aparecen unas pequeñas rosas rojas que resistiendo los envites del invierno persisten en sembrar las semillas del rosal en los fríos días de enero.
Y dicho todo esto os dejo con las fotos, sencillas fotos de un paseo y una fantástica compañía.
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