UN PASEO EN DICIEMBRE NO RECUERDO EL AÑO.-
Hacia fresco, no frio. Se podía pasear bien. Poca gente, la justa para andar tranquilamente, sin agobios.
La luz del sol cada vez esta más baja, quiere dejarnos el astro, pero sus últimos rayos se afanan en agarrarse a la parte alta de los árboles y en las hojas; en las hojas que aún quedan en los castaños de indias.
Un banco vacio donde las hojas han ido a refugiarse pues allí no se sienta nadie. Soledad. La luz se retira poco a poco.
Son dos mundos distintos en pelea desigual e inexorable. El reino de la noche va conquistando poco a poco cada reducto que el rayo de sol es incapaz de conservar y un extraño frio va invadiendo la tierra (el alma).
En silencio, recogido en mis pensamientos sigo caminando; quiero encontrar algo, algo que me llama, una luz que ilumine la noche fría que se avecina, pero no hay forma. No, recapacito, lo que busco esta dentro de mí y a la vez muy lejos: son los sentimientos que día a día hemos ido dejando aparcados en la cuneta del camino, en la cuneta de un corazón que poco a poco va convirtiéndose en hielo porque le falta el calor del rayo de sol, el cual se escapo dando paso a la penumbra y al silencio.
Una hoja brillante lucha afanosa por darle al árbol toda su energía antes de caer al suelo; filtra la luz a su través en infinidad de tonos que cubren un arco iris de cálidos marrones y verdes que van perdiendo el vigor de los días pasados.
Esto me recuerda el transcurrir de mi vida.
La niñez esplendorosa, casi suicida, de risas y juegos que rozaban muchas veces el máximo riesgo, amparadas siempre en el regazo de una madre solicita.
La juventud en su lucha desesperada entre dejar la niñez y alcanzar la madurez, verde lozana, con una fuerza irresistible de conquistador que anhelaba el regazo joven de un pecho desconocido.
Luego poco a poco, una madurez que va penetrando en tu ser confiriéndote tonos más morenos, arrogantes hasta cierto punto, que te obligan en más de una ocasión a dejar los sentimientos a un lado, quizás demasiadas veces, para cumplir con una obligación que no sabemos cómo se ha ido imponiendo poco a poco. Un pecho calido y conocido da cobijo cada noche en un arrullo de animos y deseos muchas veces no cumplidos.
Y ahora, al contemplar la luz cálida del último rayo de sol, me doy cuenta que mi piel es como esa hoja que es marrón y que está llegando a su final. Y los sentimientos que estaban aparcados allí en la cuneta surgen de repente doloridos por el abandono de tanto tiempo, heridos en su amor propio y destrozados, enlazados entre sí como si de un gigante rompecabezas de pensamientos se tratase.
Sigo caminando, me fotografío en cada hoja, en cada rayo de sol y no quiero que llegue la noche que poco a poco va llenando la vida de frio.
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