martes, 18 de febrero de 2014

Pensamientos de un filosofo del ladrillo IX.- Paseando entre el otoño y el invierno.

Podría ser un día cualquiera de un final de otoño cualquiera. Prados que verdean como si algo maravilloso les hiciese crecer y arroyos que risueños bajan por los caminos, con aguas limpias y nítidas.


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Arboles sin hojas y otros, no se sabe por qué razón aun conservan su cabellera verde entre sus brazos fríos. Son formas distintas de enfocar un largo sueño que se avecina: la muerte dormida del invierno.


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Frutos y semillas que se congregan en racimos misteriosos para ofrecer a la naturaleza vida y color. Cuando los frutos languidecen por el exceso de agua y frio ,las semillas, los escaramujos, se prestan a su lado a lucir los bellos colores con los que indican su procedencia.


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Y el ganado, aunque bravo, sabe que el hombre está cerca y que en unos días bajaran a los pastos menos fríos y más cercanos al pueblo. La vaca brava mira con un cierto aire amenazante y de respeto, con algo de temor en la mezcolanza.




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Las hojas se amoratan de repente en los lugares sombríos y las piedras de la valla parecen querer recoger a la zarza que ya duerme el sueño del invierno.


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Es un paseo más de otoño que en soledad va discurriendo para el caminante. La soledad del que va solo por los caminos, observando en silencio lo que a su alrededor vive y que dibuja el mapa anual de la vida. Es el paseo de un día de lluvia, es el paseo de un día frio, pero tranquilo.


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No corre el aire, no corre nada. Silencio solo roto por el mirlo, que asustado, sale volando despavorido de entre una zarza, o del mugido lejano de un toro o una vaca o por mi propia voz extraña a mis oidos. Silencio por lo demás roto constantemente solo por mis pisadas, por el ruido de mi compañero de viaje, mi sombra, que hoy me ha dejado solo.


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Un día cualquiera en un otoño-invierno cualquiera. Tu lejos, yo más aun, y el silencio solo roto por mi pisada, por el mirlo asustado y por el mugido del toro.


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Retomo mis pasos hacia atrás y me encuentro de nuevo en medio de la vorágine de ruidos y silencios, rotos por extrañas criaturas de metal, de mil y un colores y formas diferentes, que me arrinconan a un lado como si yo, caminante, fuese un extraño. Está claro que estoy solo en este final de otoño y tú lejos. Silencio de un paseo o ¿acaso de una vida?


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Distancias insalvables como las vallas junto al camino y de repente como despertando de un sueño una voz de un niño que ríe junto a su hermano tras una pelota. Vuelve el embrujo de la vida en un otoño que muere. Ruidos que son silencios y silencios que expresan más que muchos ruidos. Final de un otoño cualquiera, final de un paseo…

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