jueves, 6 de marzo de 2014

Pensamientos de un filosofo del ladrillo X.- La prostituta, el perro y los feligreses.

 



He salido de la tertulia rumiando lo que en ella se ha dicho y leído. Feminismo y feminidad son dos opciones claramente distintas, convergentes en algunos momentos y enemigas en otros. Soy partidario de una igualdad de géneros y ni machismo ni feminismo me gustan, creo que es mucho mejor hombre y mujer: los dos seres humanos iguales.

Voy paseando y meditando tranquilamente. No veo a la gente, voy enredado en mi pensamiento llevado por la “ráfaga de aire que mueve las hojas y por el puerto que es el puente entre el océano infinito y la tierra”. Las palabras de la poetisa Gloria Young, me están haciendo cavilar.

El paseo, discurre tranquilo. No hay demasiada gente.
 
Voy saboreando un canto de "cumpleaños feliz" que me han cantado los contertulios. Y de eso hace ya quince o veinte minutos, allí en la lejanía de Este Oeste.
Como pasa el tiempo, como discurren las calles en un andar que ni es cansino ni atlético.

Bajo por la calle Fuencarral abajo y de repente me encuentro rodeado de gente en un paseo silencioso solo roto por la música estridente de un músico que no ha tenido suerte. ¡Que importante es la suerte!

Ha cambiado la calle: Peatonal, con árboles y con personas.

Un perro que acompaña en su dormitar a un mendigo me mira un momento. Luego baja la cabeza de nuevo y sigue su sueño urbano. Se prepara a pasar la noche, otra noche junto a su dueño, otra noche de calle.

Las fachadas hasta ahora anticuadas y barrocas han dejado paso al escaparate de luces multicolores, de maniquíes vestidos con ropa interior y a tiendas donde se vende café que antes pruebas o jabones al peso, olorosos y fragantes.

La gente parece vivir en otro tiempo.
Su tiempo y mi tiempo van por caminos distintos.
Los jóvenes, apasionados y dueños del mundo, corren como si todo lo que tuviese que pasar, tuviesen que hacerlo en el mismo instante, ahora mismo; se besan sin pudor delante de todo el mundo. No puedo criticarles, los comprendo.

Medias rotas, moda demodé, y pantalones vaqueros con agujeros se entremezclan con minifaldas y vestidos largos.
Veo que parte de mi tiempo ha pasado; también fui joven, también tuve prisa en hacerlo todo. Demasiada prisa…

Llego al semáforo de Gran Vía con las luces estridentes de las pantallas publicitarias de la antigua Telefónica. En el semáforo, una cuenta atrás indica el tiempo que falta para que podamos cruzar al otro lado de la avenida. Me hace pensar: ¿será acaso un ejemplo de lo que es la vida?
Han pasado quince minutos y un montón de manzanas antes de llegar al semáforo y me pregunto también si es necesario que ese maldito reloj me diga lo que falta para poder cruzar la calle: ¡Ya se pondrá verde…caramba!

Al otro lado un montón de caras inanimadas, como desconocidos fantasmas, miran el reloj del lado contrario. Su espacio y su tiempo son distintos del mío: ellos vienen, yo ya voy.
Por fin, el número mágico, el cero; podemos cruzar la calle; y nos cruzamos en medio de ella los de un bando y los del otro como enemigos de trincheras opuestas; ni nos saludamos. Nos esquivamos buscando por donde escapar de un contacto que no queremos. Han pasado quince segundos, solo quince segundos desde que el semáforo se puso verde y dejó de contar, y ya estoy al otro lado de la calle. Tiempo y espacio parecen congraciarse por una vez.

De repente todos mis pensamientos sufren un batacazo terrible.
En un instante  ráfaga de aire que mueve las hojas y por el puerto que es el puente entre el océano infinito y la tierra” desaparecen, se rompen en mi cerebro, se destruyen.

Estoy en la calle de la Montera en el encuentro con Caballero de Gracia, en la plazuela que forma al desembocar esta en la Gran Vía: una puta, un perro atado, esperando al dueño que debe estar con otra en la pensión y la salida de los feligreses de misa son un contraste tan grande que mi cerebro sale de su ensoñación y vuelve a la realidad cotidiana.

Ella, la puta, con cierto tinte cobrizo en su piel, de fuertes y gruesas piernas, que dejan ver una lucida y cortísima minifalda, puesta delante del eje de la calle estrecha impresiona; detrás de ella escasos treinta centímetros un enorme bolardo de granito adquiere un extraño significado.
Se rompe el encanto de la feminidad y el feminismo comentados durante la tertulia para dejar paso a un pedazo monumental de carne que de alguna forma, te repele, pues es todo lo contrario a la felicidad. Se rompe la feminidad para convertirse en un mercado terrible de carne sin sentimiento.
Blusa entallada dejando ver un enorme busto.
Hay alguien que se le acerca y vuelve a alejarse, como si de un tratante de ganado se tratase. Y en el fondo es eso, un trato de ganado, vendo carne, a tanto ¿a cuánto…? Vuelve y va, va y vuelve.

El perro, un pequeño perro de colores blancos y negros, está atado delante de un lúgubre portal, estrecho, unos metros más debajo de la puta. ¿Cuánto tiempo llevara ahí el animalito? Mueve el rabo, en un lento movimiento que es más de espera que de recibo y alegría. Sabe dónde está. Ha venido más veces ¡seguro! Y si mueve el rabo es porque el tiempo del contrato temporal debe estar llegando a su término. El perro en la calle y el dueño seguro que arriba. Estoy tentado a quedarme esperando, pero me parece absurdo, me imagino que saldrá con cara de despistado, haciéndole caricias al perro y mirando arriba y abajo de la calle…

Los feligreses salen de la misa vespertina. En grupos charlan tranquilamente calle arriba, despacio, sin tiempo y sin prisa. Qué ironía; la puta les mira. En cambio ninguno le mira a ella. Abrigos de buen corte, sombreros de fieltro, parecen hechos a medida, y bufandas blancas…
Contraste de personajes abrigados y desabrigados, de piernas tapadas y otras desnudas y en el fondo unidos todos en el mismo espacio que el perro y todos, como el perro, atados a un destino en el tiempo y en el espacio.
Los feligreses suben, el perro sigue meneando la cola y el cliente de la puta va y viene. Todos en su tiempo, en un tiempo para cada uno, en espacios absolutamente distintos.

Qué cantidad de contrastes en  un paseo. Hace un rato, allí a lo lejos, cerca de la glorieta de Bilbao hablando de feminismo y feminidad, del tiempo y el espacio.
Aquí, ahora, una puta, a la que la vida ha tratado de la peor forma posible, en el eje de una calle sin tráfico. El perro sigue moviendo el rabo y los feligreses encienden el cigarrillo que tanto anhelaban. Todos unidos en el mismo espacio de calle, en el tiempo del rezo y en el de un polvo con perro guardián en el portal, pero todos, absolutamente todos, es dimensiones distintas y en un mismo tiempo.

No vuelvo más la cabeza hacia atrás. Ya he visto bastante; sigo mi camino.

Pasa mi tiempo y el espacio sigue corriendo bajo mis pies. Espacio y tiempo, segundos y metros, que se juntan en cada paso y a la vez se alejan el uno del otro. El espacio viene, el tiempo se marcha.
Con lo bien que ha estado la tertulia, ¿Por qué han tenido que aparecer la puta, el perro y los feligreses?
Retomo mis meditaciones: “ráfaga de aire que mueve las hojas y por el puerto que es el puente entre el océano infinito y la tierra” y mi mente vuelve a su espacio y a su tiempo, busca su aire y su puerto.

Cuantas cosas distintas en unos minutos que se fueron y en un espacio que permanece.

Sed felices.
Antonio

1 comentario:

  1. Relato corto, pero intenso, duro pero definitorio de una situación global compartida. Enhorabuena..

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